La cumbre de la ética
Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen. Mateo 5:39-41, 43, 44.
Quien pronunció estas palabras no fue un filósofo especulador, acostumbrado al pensamiento abstracto, que desde lo impasible de su vida académica, pasiva y ascética elaboró una fórmula ideal, teórica, para las relaciones humanas, sin haber corroborado en la dura arena de la realidad estas ideaciones. Por el contrario, quien nos presentó semejante ideal moral fue nada menos que Jesús, quien por amor a nosotros “se hizo carne, y habitó entre nosotros” (Juan 1:14), que fue “tentado [probado] en todo conforme a nuestra semejanza” (Heb. 4:15).
Sé por experiencia que no es fácil, y que hasta pareciera casi imposible vivir de acuerdo con esta voluntad moral de Jesús para nuestra vida. También sé que se pueden llevar a un extremo estos ideales, y transformarnos en un escabel de la maldad de los demás. Pero también sé que Jesús tiene razón, que en esta fórmula “radicalmente bondadosa” está el secreto de la paz, y la armonía interior y con el prójimo. Sé que si permitimos al Espíritu Santo, el Representante de Jesús en la Tierra y todopoderoso agente regenerador y transformador, que realice una obra radical, en lo más íntimo de nuestra mente y corazón, irá eliminando cada vez más nuestro natural egoísmo, nuestro amor propio, que tanto protege a nuestro tan acariciado y consentido “yo”. Sé que él puede hacer que vivamos por encima de las miserias y mezquindades de nuestra naturaleza humana. Sé que puede elevar nuestra alma a una atmósfera superior, la atmósfera del amor. Y ese amor puede hacernos ver, aun en nuestro enemigo, a un ser necesitado de nuestro perdón, de nuestro amor y de nuestro afecto.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2015
“El tesoro escondido” Por: Pablo Claverie
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