Rahab
Y será la ciudad anatema a Jehová, con todas las cosas que están en ella; solamente Rahab la ramera vivirá, con todos los que estén en casa con ella, por cuanto escondió a los mensajeros que enviamos. Josué 6:17 (RVR).
No sé por qué motivo los dos jóvenes espías que Josué envió a Jericó entraron en la casa de Rahab. Lo cierto es que Dios usó ese camino trazado para salvar a Rahab y a su familia.
¿Era Rahab un alma sincera? Por lo que la Biblia dice, sí. Conocía, aunque tal vez solo de oídas, la historia del pueblo de Israel y del poder del Dios de ese pueblo, y creía fielmente. Tanto que, sin demasiadas vueltas, pide a los espías hebreos que la salven cuando destruyan su ciudad.
Su convencimiento es absoluto. Sabe que la ciudad de Jericó ha sido entregada en las manos de Israel; pero también sabe que el Dios de Israel salva.
Es interesante pensar que el Cielo estará lleno de Rahabs, aunque será un lugar para la familia. Habrá exmentirosos, por más que allí vivirá la verdad. Habrá exladrones, aunque las calles serán de oro. También habrá exalcohólicos, por más que todo ayudará a tener buena salud. En el Cielo encontraremos, posiblemente, a aquellos que hoy señalamos con el dedo.
Pero todos ellos estarán arrepentidos. Ahí está la diferencia entre la muerte eterna y la vida para siempre con Jesús. Porque, si bien es cierto que mi estilo de vida está bastante lejos del de Rahab, también es cierto que si no me arrepiento de mis pecados (que pueden ser pecados de camisa y corbata, pero pecados al fin, iguales a los de Rahab) no entraré en la Canaán celestial.
A partir del momento en el que los espías se fueron de su casa, un cordón rojo quedó colgado, esperando lo que ella sabía que era inevitable; la caída de Jericó. Un cordón rojo que, al igual que la sangre del cordero pascual, marcaba el lugar por el que el ángel de la muerte, enviado por el Señor no iba a pasar, no iba a realizar su obra de destrucción total. Jericó quedó en ruinas, pero la ventana arriba de la muralla quedó abierta, con un cordón rojo en ella, como un monumento de la promesa segura de Dios, de su misericordia ilimitada y de su amor, que no está condicionado por tu trabajo sino por tu corazón, dispuesto o no a aceptarlo.
Tomado de: Lecturas devocionales para Jóvenes 2014
“365 Vidas”
Por: Milton Betancor
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